Estábamos en plena década de los años 1990. El MTB ya había explotado en todo el Mundo. Eran los tiempos en que veías una mountain bike en el balcón de cada casa, y las principales multinacionales se acercaban al calor de un deporte de moda. Marcas de electrodomésticos, marcas de bebidas, marcas de tabaco... que asociaremos siempre a los comienzos del mountain bike: En nuestro país Coronas, Larios, JB, JVC, Panama Jack, y a nivel internacional Evian, Diesel..., y, sobre todo, Grundig, que siempre asociaremos a la Copa de Mundo en sus comienzos.
Fue precisamente el apoyo de Grundig lo que impulsó a la Unión Ciclista Internacional a intentar acercar el mountain bike, un deporte nacido en la montaña, a entornos más cercanos a las ciudades, para hacerlo más popular. No sólo fue la Casa de Campo de Madrid: grandes urbes como Berlin o Lisboa también acogieron durante esos años pruebas de Copa del Mundo, algo que no resultó del agrado de una considerable parte de los corredores.

Recordamos las declaraciones de Juli Furtado al reconocer el circuito de la Casa de Campo, disgustada con un trazado y un entorno alejado del espíritu original del mountain bike. El tiempo ha acabado dándole la razón a la norteamericana, y hoy, por lo general, exceptuando las citas olímpicas, los circuitos se asientan en plena montaña y son muy técnicos, con frecuencia incluso de manera poco natural..., aunque ese es otro cantar...

Lo que es innegable es que lo que se vivió los días 16 y 17 de abril fue difícil de olvidar. No era la primera vez que llegaba el mountain bike a nuestro país (tal como erróneamente comentaban en el reportaje de TVE de la época); Llinars del Vallès había tenido un año antes el honor de recibir la primera prueba de Copa del Mundo en España, sin embargo el impacto fue desigual. Habiendo sido un éxito de público la prueba catalana, ya había pasado un año más, el deporte estaba aún más fuerte y, sobre todo, la cercanía de la Casa de Campo a la ciudad de Madrid hizo que miles de personas acudieran en metro, en bici, andando, en coche, y también de muchas otras parte de España. Seguramente que te encontrarás con muchos veteranos que te dirán que estuvieron allí... y seguramente no te estén engañando...

También fue épico lo vivido a nivel deportivo. Nosotros teníamos a nuestro héroe, Nicolás Ruiz, que, en unos tiempos de gran sequía de resultados internacionales en rally de los corredores españoles, consiguió hacer vibrar a los aficionados rondando el top ten a lo largo de la carrera. Pero sobre todo recordamos el mítico duelo Tomac-Frischknecht, una rivalidad nacida desde los primeros años 90, y ambos, en compañía de Tinker Juarez cerraron en Casa de Campo un trío de auténticos clásicos del MTB, propiciando una emocionante carrera que se decidió en la mítica escena de las escaleras de acceso a la zona de meta con la que abrimos estas líneas, donde Tomac se lanzó a tumba abierta y consolidó su mínima ventaja sobre el suizo de Ritchey.

En esos tiempos John Tomac estaba a un nivel superior al resto a nivel técnico, y el americano no siempre podía aprovecharse de ello, con trazados mucho menos exigentes que los actuales. Eso sí, en Casa de Campo nos dejó inimitables muestras de estilo en los saltos que salpicaban el trazado o en la pendiente bajada que en esos años los aficionados al MTB comenzamos a llamar la “bajada de la Muerte” y que aún hoy es conocida por ese nombre. Ese fue uno de los puntos del circuito más concurrido, por supuesto.

Pero no sólo ese: todo el circuito fue un clamor de gente que animó desde horas antes, con la carrera de chicas en la que precisamente Juli Furtado acabó también imponiendo su dominio en una época en que la de GT, y hoy alma mater de la marca Juliana, era la gran dominadora del circuito. Ella también tuvo que reconocer que lo que vivimos esos días de abril fue irrepetible.
