El hecho de poder medir la potencia que producimos sobre los pedales de una bicicleta, mediante un potenciómetro, supuso en su día un punto de inflexión en la evolución del entrenamiento y en todo lo referente a la medición del rendimiento físico en ciclismo. Más todavía cuando, desde entonces, los precios y las opciones del mercado se han ido democratizando. Hoy en día encontramos una oferta de medidores de potencia muy variada, en formato de pedal, araña o biela, entre otros, y además, a unos precios cada vez más asequibles.
Conocer los vatios que desarrollamos sobre la bicicleta nos permite medir la cantidad de trabajo que somos capaces de rendir o de desarrollar. La potencia, por tanto, nos abre la puerta a conocer, exactamente, cuál es nuestro rendimiento y cómo evoluciona. De esta manera y, como ejemplo, si somos capaces de desarrollar 330 vatios durante 5 minutos cuando antes sólo desarrollábamos 300 vatios en ese mismo periodo de tiempo, sabremos con exactitud que hemos mejorado un 10% nuestro rendimiento.
Esta es verdaderamente la clave y la importancia de la medición de la potencia, pues poder cuantificar nuestro rendimiento permite que lo podamos mejorar de manera mucho más controlada y eficiente.

LA POTENCIA, MÁS ALLÁ DE LOS VATIOS
Pero medir la potencia permite también entender mejor otros condicionantes del rendimiento del ciclista. Gracias a los potenciómetros hemos comprendido con más precisión cómo interaccionan entre sí las fuerzas que intervienen durante el pedaleo, por ejemplo. Muestra de ello son las métricas sobre los vectores de fuerza o las diferentes fases en la entrega de potencia que se producen a lo largo de la circunferencia que describimos cuando pedaleamos.
No aplicamos la misma fuerza en cualquier punto del recorrido que realizan los pedales y, aunque existen un comportamiento biomecánico común entre todos los ciclistas, también es cierto que existen algunas diferencias notables entre sujetos o particularidades que se salen de la norma debido a alteraciones morfológicas individuales, déficits de fuerza específicos, lesiones o condicionantes de la propia bicicleta o los componentes.
La variabilidad en F.C. con una misma potencia puede deberse a motivos externos o internos
Pongamos un ejemplo, sólo variando la altura y/o avance del sillín podemos variar la manera de aplicar potencia y, por tanto, nuestro rendimiento sobre los pedales medido en vatios. Esto es algo que sin un medidor de potencia no podríamos cuantificar.
El potenciómetro amplía por tanto nuestro conocimiento sobre cómo aplicamos la potencia (que es fuerza por velocidad) más allá del mero hecho de saber si aplicamos mucha o poca o sobre cómo la estamos mejorando.

¿ES LA PANACEA?
Después de la importancia que hemos otorgado a la potencia y si no fuera porque los vatios que desarrolla un ciclista no son más que el resultado final de un proceso tremendamente complejo, diríamos que basta con el uso de un potenciómetro para poder entrenar y controlar nuestra evolución. Sin embargo, hay que tener en cuenta el papel que tiene la potencia y lo que significa en el contexto del rendimiento.
Cuando hablamos de potencia en ciclismo, hablamos de lo que se denomina como un output o carga externa, es decir, la capacidad que tenemos de plasmar un esfuerzo, de desarrollar un trabajo mecánico, algo que se produce en el exterior de nuestro cuerpo. Este trabajo mecánico que desarrollamos, el output, es el resultado final de toda una actividad fisiológica que se produce en el interior de nuestro cuerpo. Nos referimos a todo el transporte de oxígeno y nutrientes, la actividad de enzimas y hormonas, sistemas que regulan la temperatura corporal y procesos químicos que producen energía en la célula muscular. Todo ello es lo que denominamos input o carga interna. Es decir, todo aquello que implica el esfuerzo físico y que se produce en el interior de nuestro organismo.
A veces es mejor entrenar manteniendo constante la F. c., no la potencia
Este nivel de actividad interna, este input, supone un stress fisiológico durante el ejercicio que no puede medirse directamente con la potencia. Sin embargo, el input está de alguna manera relacionado con el output, porque de esa actividad interna se deriva un trabajo mecánico, un output que se traduce en vatios. En este punto es cuando la frecuencia cardíaca adquiere valor e importancia como un parámetro más que utilizar a la hora de controlar nuestra actividad.

MARCADOR DE STRESS FISIOLÓGICO
Como hemos comentado, la frecuencia cardíaca es un input que debe interpretarse como un indicador de stress fisiológico. Comparar el input (frecuencia cardíaca) con el output (potencia) nos permite conocer mejor cómo reaccionamos al esfuerzo y nos da información sobre el momento de la preparación, de nuestra tolerancia al esfuerzo, nivel de descanso u otros aspectos relevantes si pretendemos entrenar de manera estructurada y óptima.
Pongamos el ejemplo de antes, si realizamos un esfuerzo de 5’ a 300 vatios en días distintos, puede ocurrir que para un mismo output, 300 vatios, nuestro input, nuestro stress fisiológico, sea diferente, pudiendo ser un día de 150 p/m y otro de 160 p/m. Esa variación en la frecuencia cardíaca nos indica, a priori, un mayor stress fisiológico el día en el que el pulso aumenta hasta 160 p/m para desarrollar el mismo trabajo mecánico y, por tanto, ese mayor stress puede estar ocasionado por diversos motivos, que cada deportista o entrenador debe valorar, pudiendo obedecer a desentrenamiento, un episodio de deshidratación o por realizarlo en una elevada temperatura ambiental, entre otros posibles motivos.
La frecuencia cardíaca es un marcador del stress fisiológico
Para acabar de entender en profundidad nuestro rendimiento e identificar situaciones clave, es imprescindible observar la relación entre input y output, entre pulsaciones y potencia. Medir sólo la potencia nos hace perder buena parte de la información de todo lo que ocurre en nuestro organismo mientras entrenamos o competimos.
Para poder interpretar mejor las posibles relaciones que pueden establecerse entre frecuencia cardíaca y potencia, hemos planteado las relaciones que se producen más habitualmente entre estos dos parámetros. Con ellas tendrás más herramientas para sacar el máximo partido al binomio pulso-vatios y, a la postre, para optimizar tus entrenamientos.

POSIBLES RELACIONES A OBSERVAR EN UNA MISMA SESIÓN
Dentro de un mismo entrenamiento o competición, puede observarse, durante su desarrollo o en un análisis de los datos posterior, tres posibles relaciones entre la potencia que producimos y las pulsaciones. Te explicamos las posibles causas y su significado.
MISMOS VATIOS, PULSO CRECIENTE
Pasan los minutos o las horas y a pesar de que mantienes el mismo nivel de potencia, ves que con el tiempo el pulso tiende a dispararse, cada vez es más alto. Esto suele ocurrir porque para mantener una misma carga externa, tu organismo experimenta un stress fisiológico creciente, seguramente acompañado de un aumento del lactato en sangre y la consiguiente aparición de la fatiga. Tu organismo, con el paso del tiempo, va perdiendo capacidad para tolerar ese nivel de esfuerzo y el pulso se dispara.
Este fenómeno puede sugerir que, si quieres entrenar a intensidades constantes, en las que incidas en una misma zona metabólica, quizás sea más adecuado entrenar tratando de mantener un pulso constante y no una potencia sostenida.
MISMOS VATIOS, PULSO DECRECIENTE
Puede ocurrir que cuando mantenemos la misma potencia por mucho tiempo, probablemente muchas horas, las pulsaciones tienden a ser cada vez más bajas. Esta situación suele ocurrir, en la mayoría de los casos, en eventos de ultradistancia o muy larga duración, en la que la fatiga es tan severa que puede afectar al sistema nervioso que regula la actividad del corazón. Es habitual en estos casos experimentar cómo nuestra sensación de esfuerzo es muy elevada y, sin embargo, somos incapaces de que nuestro pulso aumente como hace en una situación sin fatiga.

MISMOS VATIOS, PULSO ESTABLE
Si dentro de una misma sesión o ejercicio somos capaces de mantener un paralelismo o coherencia entre pulso y potencia querrá decir que nuestro stress fisiológico, nuestra carga interna, se mantiene estable para soportar una determinada carga externa o potencia. Estaremos pedaleando probablemente con unos niveles de lactato en sangre bastante estables, alrededor o incluso por debajo del umbral aeróbico y con poca demanda anaeróbica, lo que suele denominarse, Z2. Esta situación no es infinita y llegados a un punto, dependiendo de la duración del esfuerzo y nivel del ciclista, estas líneas paralelas pueden dejar de serlo por la aparición de la fatiga.

POSIBLES RELACIONES COMPARANDO DIFERENTES SESIONES
Cuando comparamos la relación entre la potencia y el pulso entre sesiones estamos valorando con ello cómo reacciona nuestro organismo al esfuerzo entre días distintos, posibles cambios que pudieran haberse producido en nuestro nivel de forma o adaptación al ejercicio físico, veamos cuáles son.
MISMOS VATIOS, MÁS PULSO
Si movilizando la misma carga externa, los mismos vatios, pasados unos días, el pulso es más elevado, podemos barajar varios motivos. El primero de ellos es que el día en el que hemos tenido un pulso más elevado, estábamos menos adaptados al esfuerzo y por tanto, estábamos menos entrenados, en peor forma física. Otro motivo puede deberse a aspectos ambientales como la temperatura, que, cuando es superior, provoca un aumento de las pulsaciones, aún ejercitándose a la misma intensidad de esfuerzo. Otros aspectos como la deshidratación, la cadencia o incluso la ingesta de estimulantes como la cafeína, especialmente si eres poco tolerante a estas sustancias, pueden provocar un aumento del pulso para una misma potencia desarrollada.
MISMOS VATIOS, MENOS PULSO
En la comparación de dos sesiones diferentes puedes observar que para una misma potencia las pulsaciones hayan sido más bajas en una de ellas. Esa situación puede sugerir una mejor condición física en el caso de tener menos pulsaciones, siendo indicador de un menor stress fisiológico para soportar la misma carga externa. También podría ser provocado por una fatiga muy severa, algo que deberías valorar asociándolo a la sensación de esfuerzo y el contexto del esfuerzo que tuviste en ambas sesiones.
MISMOS VATIOS, MISMO PULSO
Esta situación indica que, a priori, ni has mejorado ni has empeorado tu nivel de condición física en el tiempo transcurrido entre las dos sesiones que compares. Ante la misma carga externa, experimentas el mismo stress fisiológico, medido en pulsaciones.