El casco ha sido diseñado con un único objetivo: protegernos en caso de accidente, absorbiendo parte de la energía del impacto. La carcasa plástica o calota cumple una función más allá de la estética, y no es otra que la de resbalar en el suelo, evitando que el casco se quede “clavado” en el momento de tomar tierra, lo cual sería nefasto para nuestro cuello. En el mismo sentido trabaja el sistema adicional MIPS o similares (KinetiCore, WaveCel...), absorbiendo la energía rotacional del impacto.
Pero la mayor parte de la responsabilidad de protección la tiene el propio cuerpo del casco, construida en un material absorbente, el poliestireno expandido o EPS (popularmente conocido como “corcho”), encargado de diluir todo lo posible la mayor parte de la violencia del golpe. En ocasiones reforzado internamente con estructuras internas sólidas a modo de esqueleto, que mantienen la cohesión de las partes en caso de rotura por colisión. Y aunque en el poliestireno reside la gran fortaleza del casco, también reside en él su gran debilidad.
El caso caduca. Puede llegar a desmoronarse como una galleta. Sustitúyelo cada 3 años
El EPS es un material con fecha de caducidad, y pasado cierto tiempo no se garantiza su capacidad absorbente. Es decir, en caso de un golpe pequeño puede llegar a desmoronarse como una galleta. El corcho se ve afectado por los rayos ultravioletas del sol, por las altas temperaturas o por elementos químicos como el propio sudor o productos de limpieza, por lo cual, en mayor o menor medida según cada caso particular, su vida útil va mermando.
Todos los fabricantes coinciden en una duración aproximada de 3 años desde el año de producción del caso, tiempo tras el cual conviene sustituirlo por uno nuevo. La fecha de fabricación suele aparecer reflejada en una etiqueta en el interior del casco. Si el tuyo no la lleva, se ha perdido o los números se han desvanecido puede que ya sea momento de ir pensado en cambiarlo. Es por tu seguridad.