1. Te cuesta identificar sensaciones conocidas: No sabes si estás en forma o "pasado", si te apetece competir o no, etc.
2. Tienes dificultad para tomar decisiones: ¿Salgo a entrenar o me quedo vagueando? ¿Piscina, bici, gimnasio, salgo a correr, no sé...?
3. Tardas en reaccionar más de lo que deberías: la indiferencia y apatía por el deporte empieza a ser la tónica general.
4. La disciplina del entrenamiento planeado se hace insufrible: buscas excusas para no asistir a entrenamientos programados en grupo y dejas a un lado el auto-cuidado.
5. Una situación programada de esfuerzo máximo te supone un período de estrés y falta de motivación. Cuando cualquier deportista, del nivel que sea, se propone un objetivo concreto, debe partir de un planteamiento mental correcto. La actitud de cualquier ser humano es determinante a la hora de llevar a cabo con éxito aquello que se proponga, por lo que debes preocuparte de tu motor de arranque, tu cabeza. Debe estar a punto, para aumentar la motivación, fortalecer la autoconfianza y controlar el estrés.